jueves, 30 de octubre de 2008

Palabras sin significado: pertenencia






Bajábamos en grupitos, en parejas, en fila, siguiendo la carretera de Quintanar a Regumiel. La última noche de la acampada había resultado que eran fiestas en el pueblo, y en esos tiempos de despertar colectivo no había problemas para que unos chavales de catorce años tomaran algo en cualquier garito del mundo, menos aún en un pub de pueblo en fiestas.


Así que allí nos fuimos plantando, con el Privata los que tenían, y lo más digno para llevar con pantalón de chándal otros, y Nenuco de alguna chica, que lo tenían todo más calculado siempre. Apenas si recuerdo la verbena, porque debió de durar poco el rato en que todos tratamos de movernos sin mucho ritmo, y enseguida se corrió la voz de que el Alcántara estaba en un bar, con una copa.


Con una copa. Palabra mágica que nos dejó a los más pequeños pensando exactamente lo mismo, "¿y si yo...?". Entonces no sabía nada del área de Wernicke, pero aquella palabra no tenía el significado que tiene ahora para mí. Pertenecía al mundo de los mayores, de lo prohibido, al tiempo asustando, al tiempo llamándome.


Y los mayores...; los mayores nos miraron entre la indiferencia y el fastidio cuando entramos titubeando, pero en aquel momento no me importó: Marina estaba dentro del bar, y la barra de cuero, los cojines entre los sillones de paja, las luces, la música, el olor dulzón, me pegaron un revolcón que aún hoy puedo revivir con cerrar los ojos y ponerme esta canción.


No sé cuánto tiempo estuve allí. Ni cómo conseguí atreverme a pedir la granadina con piña o la mierda que eligiese, seguramente lo hizo el más espabilado, mientras los demás miraríamos al suelo arremolinados detrás de él, con actitud indiferente, como diciendo al camarero: no somos pequeños, ¿eh? Y es casi seguro que pagara con doscientas cincuenta de las trescientas pelas que tendría, eso no lo recuerdo, pero es muy probable, porque desde la hora en que entré al pub no hice más que bailar, un poco embriagado, borracho de todo a la vez, al son de las notas de un Alchemy que después me acompañó siempre, pero también otras canciones de Franco Battiato, que quería verme bailar, o David Bowie con el mismo rollo.

Tengo muchas lagunas entonces. Yo nunca quise que acabase el punteo de guitarra, ni salir del envoltorio de luces que giraban, la semioscuridad que me acogía, el Dance magic a todo volumen, las caras que apenas puedo recordar o nombrar.

Una mano se metió dentro del bolsillo, con la mía, al volver a las tiendas, y era la de Marina. Terminamos la noche junto a un fuego, tan embobado yo, que ella tuvo que buscarse a otro antes de irse al saco de dormir. Y yo me quedé así, sin muchas conclusiones, durante, no sé, una semana, o dos, hasta que mi padre me preguntó si no tendría que ver aquello con alguna chica.

Recuerdo de ese verano que fue el primero en que mi madre puso en casa un ambientador; en el cuarto de baño. Recuerdo que me contaron que Marina se había enrollado con todo el mundo. Y recuerdo que compré el Alchemy para que nunca nunca acabara el punteo de guitarra.

También aprendí a terminar las cosas que empiezo


miércoles, 22 de octubre de 2008

palabras sin significado: pintxo (basado en hechos reales)

lo acaban de superar
Yo creía que era imposible, de tánta espuma de leche de cabra o aire de limón, aroma de codornices y escamas de Jabugo.
Pero se han superado.

Acabo de ver cómo un ufano chef nos presentaba el pintxo de agua. Sí: va en serio, y está compuesto por tres fases, que son el agua, el aire de agua (cagarse) y para terminar, agua con gas.

No creo que sea barato, lo ha presentado con un pez de colores dentro de la copa, imagino que bien lavadito para que no deje aromas extraños; la esencia del pintxo es "descubrir el agua".

La palabra pintxo debería ser sinónimo de algo que va pinchado, ¿no? Con su palillito y demás. Así fue en los orígenes, supongo. Pero es que esta es la cocina de ida y vuelta.
Adivinad quién se lleva la clavada