miércoles, 24 de diciembre de 2008

ssssch, que nadie nos oiga, loli, ahora celebran la Navidad, se reúnen, cantan, discuten... y no puedo evitar pensar que, también en este momento, hay más de veinte guerras repartidas por el mundo, golpeando, como casi siempre, a los más pobres.



Pero sssch, no levantes la voz, déjales...



Quizá este año sus buenos propósitos se cumplan por fin


lunes, 24 de noviembre de 2008

escapemos

pongamos en marcha ese motor; el que fume, que se encienda un cigarrillo
démosle caña al volumen, y empecemos a dejar caer por la ventanilla a tánto pringao que se nos ha subido a la cabeza, a la ropa, a los pelos del brazo
que caigan el banco, Iberdrola y su puta madre
los modales, la corrección que encubre al verdadero monstruo
que se vayan a tomar por culo el jefe y su aliento, la caspa del vecino ese que va a misa, el coche del vecinito Flanders de los cojones
los horarios, los teclados, los blogs

salgamos fuera
vayamos lejos
escapemos

propuesta musical para que el buen rollo empape ese primer momento de rabia, que nos veo un poco hasta las narices, con perdón

miércoles, 19 de noviembre de 2008

con permiso de Arturo Pérez-Reverte

... no puedo por menos que colgar este texto suyo aquí. Vale, no es mío, pero subscribo, que se dice. Y no tiene desperdicio

LOS AMOS DEL MUNDO

(Artículo del escritor español Arturo Pérez-Reverte, publicado en 'El
Semanal' el 15 de noviembre de 1998 , y que ahora, diez años después ,
parece una visión de Nostradamus) .
Usted no lo sabe, pero depende de ellos. Usted no los conoce ni se los
cruzará en su vida, pero esos hijos de la gran puta tienen en las
manos, en la agenda electrónica, en la tecla antro del computador, su
futuro y el de sus hijos.
Usted no sabe qué cara tienen, pero son ellos quienes lo van a mandar
al paro en nombre de un tres punto siete, o un índice de probabilidad
del cero coma cero cuatro.
Usted no tiene nada que ver con esos fulanos porque es empleado de una
ferretería o cajera de Pryca, y ellos estudiaron en Harvard e hicieron
un máster en Tokio, o al revés, van por las mañanas a la Bolsa de
Madrid o a la de Wall Street , y dicen en inglés cosas como long-term
capital management , y hablan de fondos de alto riesgo, de acuerdos
multilaterales de inversión y de neoliberalismo económico salvaje,
como quien comenta el partido del domingo.
Usted no los conoce ni en pintura, pero esos conductores suicidas que
circulan a doscientos por hora en un furgón cargado de dinero van a
atropellarlo el día menos pensado, y ni siquiera le quedará el
consuelo de ir en la silla de ruedas con una recortada a volarles los
huevos, porque no tienen rostro público, pese a ser reputados
analistas, tiburones de las finanzas, prestigiosos expertos en el
dinero de otros. Tan expertos que siempre terminan por hacerlo suyo.
Porque siempre ganan ellos, cuando ganan; y nunca pierden ellos,
cuando pierden.
No crean riqueza, sino que especulan. Lanzan al mundo combinaciones
fastuosas de economía financiera que nada tienen que ver con la
economía productiva. Alzan castillos de naipes y los garantizan con
espejismos y con humo, y los poderosos de la Tierra pierden el culo
por darles coba y subirse al carro.
Esto no puede fallar, dicen. Aquí nadie va a perder. El riesgo es
mínimo. Los avalan premios Nóbel de Economía, periodistas financieros
de prestigio, grupos internacionales con siglas de reconocida
solvencia.
Y entonces el presidente del banco transeuropeo tal, y el presidente
de la unión de bancos helvéticos, y el capitoste del banco
latinoamericano, y el consorcio euroasiático, y la madre que los parió
a todos, se embarcan con alegría en la aventura, meten viruta por un
tubo, y luego se sientan a esperar ese pelotazo que los va a forrar
aún más a todos ellos y a sus representados.
Y en cuanto sale bien la primera operación ya están arriesgando más en
la segunda, que el chollo es el chollo, e intereses de un tropecientos
por ciento no se encuentran todos los días. Y aunque ese espejismo
especulador nada tiene que ver con la economía real, con la vida de
cada día de la gente en la calle, todo es euforia, y palmaditas en la
espalda, y hasta entidades bancarias oficiales comprometen sus
reservas de divisas. Y esto, señores, es Jauja.
Y de pronto resulta que no. De pronto resulta que el invento tenía sus
fallos, y que lo de alto riesgo no era una frase sino exactamente eso:
alto riesgo de verdad.
Y entonces todo el tinglado se va a tomar por el saco. Y esos fondos
especiales, peligrosos, que cada vez tienen más peso en la economía
mundial, muestran su lado negro. Y entonces, ¡oh, prodigio!, mientras
que los beneficios eran para los tiburones que controlaban el cotarro
y para los que especulaban con dinero de otros, resulta que las
pérdidas, no.
Las pérdidas, el mordisco financiero, el pago de los errores de esos
pijolandios que juegan con la economía internacional como si jugaran
al Monopoly, recaen directamente sobre las espaldas de todos nosotros.
Entonces resulta que mientras el beneficio era privado, los errores
son colectivos, y las pérdidas hay que socializarlas, acudiendo con
medidas de emergencia y con fondos de salvación para evitar efectos
dominó y chichis de la Bernarda.. Y esa solidaridad, imprescindible
para salvar la estabilidad mundial, la paga con su pellejo, con sus
ahorros, y a veces con su puesto de trabajo, Mariano Pérez Sánchez, de
profesión empleado de comercio, y los millones de infelices Marianos
que a lo largo y ancho del mundo se levantan cada día a las seis de la
mañana para ganarse la vida.
Eso es lo que viene, me temo. Nadie perdonará un duro de la deuda
externa de países pobres, pero nunca faltarán fondos para tapar
agujeros de especuladores y canallas que juegan a la ruleta rusa en
cabeza ajena.
Así que podemos ir amarrándonos los machos. Ése es el panorama que los
amos de la economía mundial nos deparan, con el cuento de tanto
neoliberalismo económico y tanta mierda, de tanta especulación y de
tanta poca vergüenza.

Los Amos del Mundo / Arturo Pérez-Reverte

miércoles, 5 de noviembre de 2008

hope

No tiene mucho que ver con este blog, pero hoy el mundo es un poco distinto

si lees esto, Barak, llámame para tomar unas cañas

jueves, 30 de octubre de 2008

Palabras sin significado: pertenencia






Bajábamos en grupitos, en parejas, en fila, siguiendo la carretera de Quintanar a Regumiel. La última noche de la acampada había resultado que eran fiestas en el pueblo, y en esos tiempos de despertar colectivo no había problemas para que unos chavales de catorce años tomaran algo en cualquier garito del mundo, menos aún en un pub de pueblo en fiestas.


Así que allí nos fuimos plantando, con el Privata los que tenían, y lo más digno para llevar con pantalón de chándal otros, y Nenuco de alguna chica, que lo tenían todo más calculado siempre. Apenas si recuerdo la verbena, porque debió de durar poco el rato en que todos tratamos de movernos sin mucho ritmo, y enseguida se corrió la voz de que el Alcántara estaba en un bar, con una copa.


Con una copa. Palabra mágica que nos dejó a los más pequeños pensando exactamente lo mismo, "¿y si yo...?". Entonces no sabía nada del área de Wernicke, pero aquella palabra no tenía el significado que tiene ahora para mí. Pertenecía al mundo de los mayores, de lo prohibido, al tiempo asustando, al tiempo llamándome.


Y los mayores...; los mayores nos miraron entre la indiferencia y el fastidio cuando entramos titubeando, pero en aquel momento no me importó: Marina estaba dentro del bar, y la barra de cuero, los cojines entre los sillones de paja, las luces, la música, el olor dulzón, me pegaron un revolcón que aún hoy puedo revivir con cerrar los ojos y ponerme esta canción.


No sé cuánto tiempo estuve allí. Ni cómo conseguí atreverme a pedir la granadina con piña o la mierda que eligiese, seguramente lo hizo el más espabilado, mientras los demás miraríamos al suelo arremolinados detrás de él, con actitud indiferente, como diciendo al camarero: no somos pequeños, ¿eh? Y es casi seguro que pagara con doscientas cincuenta de las trescientas pelas que tendría, eso no lo recuerdo, pero es muy probable, porque desde la hora en que entré al pub no hice más que bailar, un poco embriagado, borracho de todo a la vez, al son de las notas de un Alchemy que después me acompañó siempre, pero también otras canciones de Franco Battiato, que quería verme bailar, o David Bowie con el mismo rollo.

Tengo muchas lagunas entonces. Yo nunca quise que acabase el punteo de guitarra, ni salir del envoltorio de luces que giraban, la semioscuridad que me acogía, el Dance magic a todo volumen, las caras que apenas puedo recordar o nombrar.

Una mano se metió dentro del bolsillo, con la mía, al volver a las tiendas, y era la de Marina. Terminamos la noche junto a un fuego, tan embobado yo, que ella tuvo que buscarse a otro antes de irse al saco de dormir. Y yo me quedé así, sin muchas conclusiones, durante, no sé, una semana, o dos, hasta que mi padre me preguntó si no tendría que ver aquello con alguna chica.

Recuerdo de ese verano que fue el primero en que mi madre puso en casa un ambientador; en el cuarto de baño. Recuerdo que me contaron que Marina se había enrollado con todo el mundo. Y recuerdo que compré el Alchemy para que nunca nunca acabara el punteo de guitarra.

También aprendí a terminar las cosas que empiezo


miércoles, 22 de octubre de 2008

palabras sin significado: pintxo (basado en hechos reales)

lo acaban de superar
Yo creía que era imposible, de tánta espuma de leche de cabra o aire de limón, aroma de codornices y escamas de Jabugo.
Pero se han superado.

Acabo de ver cómo un ufano chef nos presentaba el pintxo de agua. Sí: va en serio, y está compuesto por tres fases, que son el agua, el aire de agua (cagarse) y para terminar, agua con gas.

No creo que sea barato, lo ha presentado con un pez de colores dentro de la copa, imagino que bien lavadito para que no deje aromas extraños; la esencia del pintxo es "descubrir el agua".

La palabra pintxo debería ser sinónimo de algo que va pinchado, ¿no? Con su palillito y demás. Así fue en los orígenes, supongo. Pero es que esta es la cocina de ida y vuelta.
Adivinad quién se lleva la clavada

sábado, 13 de septiembre de 2008

otoño



el área de wernicke se prepara para el otoño
estas noches ya se nota el fresco, y al sol del mediodía uno no coge postura en la hierba sin que los riñones se le quejen. Tiempo de renovar proyectos, vuelta al cole aunque haga mil años que no voy al cole.
Ya se pasean los ciervos inquietos; cualquier amanecer me despiertan berreando, qué se le va a hacer.
Se me habían ocurrido algunas palabras para escribir por aquí, pero quizá "otoño" sea la que mejor nos venga, no lo sé.
"Otoño se entiende perfectamente", me acaba de decir lola; y tiene razón... pero es que para mí tiene otros significados.
Otoño eran hojas de castaño de indias cubriendo el parque: tántas, que se podían patear y lanzar al aire escuchando sus crujidos, como en una enorme piscina sin fondo.
Otoño... estuche nuevo, pinturas Manley, y por las tardes un fluorescente encendido ya en la clase. La trenca ni puesta ni quitada, preferiblemente colgada de la capucha en la cabeza. Nuevos amigos el primer día de escuela, esos que eran viejos amigos el segundo día.
Otoño fueron bosques que se teñían de ocres y amarillos, la primera acampada con los del grupo, humedad, el aire en calma.
Otoño y el 23 de septiembre me recuerdan el primer reloj que regalé, que daba las horas, claro, y que tenía un solecito y una luna que salían por allá atrás.
Y bueno, olor a rastrojos y bodeguilla los domingos que, acurrucados en el asiento de atrás del Renault 6, nuestros padres nos llevaban al campo a comer la tortilla.

¿Lo entiendes ahora, loli?
"No. Tú eres muy viejo"
Yo a veces me pregunto qué será de las chatarras de aquel R6, o si el reloj de la luna por detrás aún funciona, y hasta qué estarán haciendo los viejos (ahora se lo llamo con un poco de razón) amigos que conocí un otoño al empezar cuarto o quinto.

"Vaya chapa, colega"
Sí, puede ser. Todo esto en realidad se me ha ocurrido porque ayer, sin motivo, como casi siempre, me dió por teclear el nombre de algunos compañeros del cole, y acabé dentro de una complicada red de sitios de internet del tipo antiguosalumnospuntocom. De ahí pasé a encontrar a 103 viejos amigos a los que no conozco de nada (¿es que todos los colegios se llaman como el mío? ¿que nadie acabó el colegio el mismo año que yo? Hay que joderse), al menos hoy. Dudo que mañana sean viejos amigos ya, pero mira, es casi otoño, esa estación que ya vuelve, y por lo que veo, con las mismas manías de siempre.
El parque se llena de hojas, no he comprado aún nada a Sofía (vale, de esto estoy exento ya), Cañandi suena a berrea, y acabo de pensar que mañana me compro una caja de Manleys.

P.D.: No os olvidéis de visitar antiguosalumnospuntocom, una web en la que cientos de viejos amigos NO se encuentran

lunes, 1 de septiembre de 2008

marsilea


Todavía hace un momento, leyendo sobre las especies de liebres que hay en la península, mi cabeza me ha traicionado durante un segundo, y he pensado que iba a preguntarte si tú cazas esa que llaman de piornal. Ya hace años que no estás, y a veces, ya ves, es como si nunca te hubieses marchado. Creo que nunca lo harás, en el fondo. A lo mejor a eso es a lo que llaman eternidad, pero sin ese toque tétrico de pensar que voy a pasar mil veces mil años mirando cómo nada sucede en algún lugar que no existe y sin poder levantarme al frigo de vez en cuando.
Estás ahí, siempre cerca, y especialmente tú; a lo mejor porque eras el más animista de todos, volviste a la tierra, y al sol y a las liebres, y por eso te siento ahí, cerquita, al alcance de la mano, sólo con saber buscarte. ¿Tú entiendes algo de todo esto? No, ya... tu forma de vivir no tenía nada que ver con ello. Siempre tenías los pies en la tierra, y la cabeza en las nubes. Y ambas cosas eran de verdad, y tienen un sentido.
Tengo que contarte que, entregado a las lecturas de esos fríos textos que son los boletines oficiales, encontré con que alguna mano en el Ministerio de Medio Ambiente había llevado hasta el Catálogo Nacional de Especies Amenazadas una especie de Marsilea de cuyo nombre no puedo acordarme. Sí, allí estaba, entre otros nombres extraños o sugerentes, el de esta marsilea. Fue hace no mucho, la verdad... este año, para ser exactos. Y allí estaba, para el que sabe leer entre líneas: “se incluyen en la categoría de En peligro de extinción”. Un par de plantas que no conocía, y esta otra, que casi no llama la atención entre nombres tan rimbombantes como Astragalus, o Lythrum.
Marsilea.
Bueno, el caso es que sí llamó mi atención, pero por otro motivo: al lado de cada nombre científico colocaban el otro, el que algunos ancianos recuerdan en los pueblos, pero que la mayoría de ellos también ha olvidado. Y hete aquí, que hoy me encuentro con que el trébol de cuatro hojas ha sido catalogado en peligro de extinción...
Normal, ¿no?; creo que era muy difícil encontrar uno, aunque el exnovio de una exnovia tenía en su pueblo un rinconcito controlado con estos pequeños prodigios. Él los llamaba marsileas, y así nadie sabía qué era lo que quería esconder en aquel cachico de prado de Boca de Huérgano.

No te he preguntado cómo estás. Imagino que a gusto, viene el otoño y sé que te gusta también, aunque tengas que adelantar un poco el paseo de la tarde. Ya andan quemando malas hierbas, despidiendo a nietos y demás chavalada, aprovechando los últimos días de playa. Como siempre que yo recuerdo. Saluda a Angelín si le ves echando cuito, o recogiendo manzanas. Bueno, y a todos; les guardo como en una postal, una fotografía cargada de olores y otras sensaciones, como el fresco del nordeste de las mañanas de estos días.
Ahora tengo que dejarte, pero abuelo, si te encuentras un trébol de cuatro hojas, no dejes de guardarlo para enseñármelo cuando nos veamos.

lunes, 14 de julio de 2008

crecimiento

Y es que todo vale en la carrera por inventar mercancias nuevas, convertirlas en necesidad, para imprimirle velocidad al mundo y que gire al ritmo del lucro.Un ritmo que cuesta seguir, que hay que seguir. ¿hasta cuando hay que crecer? ¿hasta extinguirnos?

(de scum, un forero loco de las furgos)


Siempre pensé que el crecimiento era sinónimo de cosas buenas. Cuando eres crío, crecer es ser mayor, llegar a tocar el aro de la canasta del patio del cole, poder conducir un camión de bomberos.
Con quince años, crecer significa acompañar a una chica al portal de su casa, que te escriba notitas, soñar que tu mundo es único, tus problemas únicos, tu vida la más intensa y tu historia de amor la más bonita jamás vivida.
Después, crecer es desarrollarse, romper algunos de los límites que nos rodean, ser mejores mañana, aunque nunca seamos perfectos.
En algún perverso (contractura de pervertido) desvío, nos hicieron creer en un crecimiento que sólo genera ricos, pobres, cosas que no necesitamos y que nos frustran cuando no las tenemos.
Me llegó a inquietar mi falta de afán por acumular. Me miraban, y me miran, como a un bicho raro, como a un perdedor incapaz de superarse. Yo no quiero ser jefe, no quiero amasar dinero, no me perdonaría marcharme de aquí habiéndome dedicado a crecer con esos matices. No es real.
Y me he quedado con la definición que sigue ligando en alguna parte de mi cabeza crecimiento con persona.
Ese movimiento para el que hay que estar dispuesto, ser tenaz, siempre relativo, y saber que somos pequeños, que todos tenemos cosas de pequeño, y que ser grande supone saberlo, querernos y querer ser un pelín más grandes mañana. Pero más grandes que nosotros mismos, no del compadrito, pobre, que él ya tiene con lo suyo.
Son los pequeños los que dominan todo, pero no porque sean mejores, sino porque se han dedicado a vigilar, recortar, mutilar, insultar, explotar, a otros. La pequeñez es un peligroso complejo.
Y aún así, yo a lo mío, crecer, lo que me dejen, lo que pueda, sin descanso. Es jodido, porque nuestro esfuerzo sólo repercute en nosotros mismos, y los pequeños están a todo lo que hagan los demás... y hay tántos...
Pero tú crece, ¿vale? Quizá mañana el dinero no les sirva de nada, y aunque no lo reconozcan, sabrán que han metido la pata hasta el cuezo

lunes, 5 de mayo de 2008

los mullidares

Es como una perdiz chiquitita, si se dejara acercar, que ya no lo hacen, verías qué colores tán vivos tiene... pero de lejos parece marrón. Mira, eran tan fáciles de cazar, que tu bisabuelo me enseñó a disparar buscándolas, con ese ruido suyo y encima en grupo... él sabía dónde se metían, si en este o en aquel lavajo, para beber; si en este perdido o en el barbecho de Julián; si a esta hora o a la otra.
Fueron desapareciendo del campo, aquellas aves que agrupadas buscaban el agua en las tardes abrasadoras de julio, cuando el sol empezaba a permitir un movimiento bajo su manto de fuego.
Ya no se ven por ahí, las gangas. Tan fáciles de cazar.

Mira, lo que sí que sigue viéndose es a las grullas venir a dormir cada tarde, cuando llega el frío; se meten ahí en los Mullidares, contra el girasol ese que baja hasta el agua, ¿no te lo crees? Vete una tarde de noviembre a eso de las seis, o un poco antes, verás que espectáculo; y cómo gritan, bueno, grúan, que por eso se llaman así. Los Mullidares les gustan, ya ves, yo creo que es porque está blandito el terreno para sacar el brote, porque comen el naciente, ¿sabes?. A los agricultores no les molesta, porque ahora no hacen daño, y no te creas, abonan la tierra a su modo. A veces también se van para el Torrejón del Moro, pero hay menos, que está lleno ya de naves aquello, y mira, como a mí: no les gustan nada.
Cuando el último rayo de sol asoma bajo las nubes de los días de viento del norte, las grullas empiezan a oirse venir desde muchos sitios, y cuando quieres ponerles sitio con la vista ya están encima tuyo, dibujando líneas de pájaros como las que pintabas de crío en los dibujos. Lo que te digo: un espectáculo. A esa hora los pinares son de fuego, todo el campo se vuelve verde, marrón, dorado, pero como si le pusiesen focos, y se te olvida hasta el frío que te corta las orejas. Es hermoso, y las tías que no dejan de gruar, ¡como la Carmen y tu abuela en el comedor! Pero a estas sí que me gusta escucharlas, no lo digas a tu padre, bueno, y menos a la abuela, ¿eh? Un día yo también me voy a quedar dormido contra el lavajo aquel, Dios lo quiera, mientras se queman los pinares de la raya de San Vicente.
Pero, venga, que ya iremos a verlo, vamos ahora hasta donde Santiago, que otra cosa buena del noviembre es llegar al bar con la cara cortada y echar un vino al calor. A ti una Coca Cola, o lo que quieras, venga, vamos a ver a Santiago.Tenía para mi este hombre un algo de desubicado. No alcanzaba a ponerle nombre a esa sensación, pero el abuelo era como un habitante que vivía en el pueblo y fuera de él, en aquel momento y en otros ya lejanos. Atrapado a duras penas por las leyes de la física, el abuelo estaba allí y entonces, si lo que querías era tocarle o hablar con él; pero para encontrarle, para ir a donde estaba, hacían falta una imaginación y una capacidad de abstracción muy grandes. La tarde de la Coca Cola sin hielo donde Santiago no se me borró de la cabeza, pero no fue por el paseo hasta el bar mientras se encendían las farolas, ni por el collejón que me arreó Nani al entrar, sino por una imagen que me asaltó mil veces después, mucho después: la de la bicicleta del abuelo al borde los Mullidares, refulgente al último rayo del sol gélido de noviembre, los pinares tintados de rojo, plomo en el horizonte, y una línea de pájaros en algún lugar sobre la cabeza, gruando; siempre gruando.

viernes, 2 de mayo de 2008

Palabras sin significado, nº1, "parranda"

Cuando Alfonsito me contó que en Francia ir de parranda era meterse en un centro comercial, yo me sonreí, y pensé, “estos gabachos, qué europeos son, qué cutre, aquí no va a pasar”. Yo aún creía en la idiosincrasia latina del sano tapeo a la luz de la luna.
Fue hace no mucho, siete años, creo, porque estábamos en Gijón. Dosmilquinientos días, y en mi ciudad la gente hace cola en un atasco cada viernes por la tarde para hacer un poco de compra, ver ropa, pasear ropa, y comer al aire preso en una terraza con vistas a las escaleras mecánicas. El parking luce también alerones, letras chinas, lunas tintadas, florecitas blancas y música basura.
“El escaparate -pienso- está a este lado del cristal”. Estos maniquíes del Zara se tienen que partir de risa cada viernes, desde que algún peluquero sin alma convirtió a los niños pera en pequeños Harripottas con flequillo imposible y jerseys de marca tonta y colores punibles por ley. “Pero, ¿quién es Tommy?”.

Algo que cobró sentido ayer

Al volver en las tardes de marzo para casa desde el instituto, compraba una raqueta con Laura. Ella tenía el chándal y las zapatillas de marca, y una raqueta de verdad, también de marca. Pero a mí me gustaba más la de mermelada y nata, y con Laura era más divertido eso que cualquier match. Claro, que eso lo sé ahora, que ya no quiero las Kelme Villacampa o las Adidas Ewing, ni por supuesto las Nike Air Jordan. En el cole habría preferido el jueguecito de los marcianos que se calcaban al doblar la hoja.
Las tardes de marzo olían a libertad y nacimiento, a partido callejero y anunciado verano, que casi se podía tocar. Si la noche era tibia, las ventanas del patio de luces vertían su olor a lenguadina y tortilla francesa, su luz de fluorescente y sus voces repetidas, mientras en las cuerdas una sábana iba convirtiéndose en sombra fantasmagórica a la hora del telediario de las nueve.