domingo, 16 de octubre de 2011

canguingos

Tiene uno la sensación de que va a volver en cualquier momento. De que nunca se ha ido de allí; ni de entonces.
Doblo una esquina, percibo un olor, o escucho una canción en la radio, y puedo trasladarme perfectamente a esos rincones del alma donde todo huele, y se ve, y suena, como hace años.
Un truco de la mente. Nada de eso existe, salvo en nosotros mismos. Y sin embargo por un instante es real y tangible.
Mi madre me llama a comer. Huele a pechuga de pollo, y noto un poco de frío en casa, ha abierto la ventana de la cocina mientras freía. La lámina adhesiva estampada se abre para dejar ver el patio, las cuerdas de tender, la vecina a pocos metros.
Las nubes pasan apresuradas en el cielo; no las veo, pero la cocina estalla en luminosidad y se apaga intermitentemente. Una sombra de fastidio cuando oscurece de repente.
Las sillas de eskay, con las pelusas pegadas a las patas. El sintasol, sonoro, colorido. El canto de goma de la mesa, el dibujo gastado del tablero.

Pechugas, patatas fritas, fresco, luz y sombra, el ruido del extractor.

“¿Qué hay de comer?”

Y siempre había canguingos.

jueves, 6 de octubre de 2011

Irracional

El mes pasado han cerrado el Testarrossa. El Testa. No sé la cantidad de años que llevaba abierto; sí que hace 17 septiembres que estaba allí contigo. Cantando a lo irracional


Sin documentos. El bar está a tope. El vaho se mezcla con el sudor, con el humo del tabaco. Todo el mundo baila esta canción; movimientos agitanados, palmas. Quien más, quien menos, mira a su contrario. Yo bailo mirándote a ti, cantando que quiero ser el único que te muerda la boca, porque sí. Hemos pasado el final del verano separados. Y después de este momento, de este preciso segundo, volvemos a estar juntos. Me quieres demasiado para ver claro. Y yo también te quiero, no sé de qué modo, está claro que no del mejor, pero te quiero. Es septiembre. Aún quedan en la calle grupos de chavales tomando un cachi mientras, sentados en el suelo, charlan o fuman un cigarro. Porque sí, porque en esta vida no quería pasar más de un día entero sin ti. Como ya va para unos años que ni tan si quiera me rozo contigo por la calle, la canción de aquel septiembre en el Testa me trae recuerdos burlones, y hace tiempo, menos mal, desprovistos de puñales para el pecho. Es más bien un guiño de la memoria, un toque de atención. "No te vas a librar de este momento". Y a un tiempo, sigo tocando palmas y bailando ante ti, con mi alegato irracional, porque sí, celebrando, esta vez, que hemos vuelto

Recuerdo

dicen que recordar viene del latín "volver a pasar por el corazón". Es justo lo que me pasó hace unos meses, cuando por el mío pasó, con una claridad que casi asustaba, un fragmento que creía (que quería) olvidado...

El cuarto de baño huele a tu crema. Está un poco roñoso, se nota que yo casi nunca paso un cepillo por el Sintasol. El ventanuco podría ser transparente, supongo, pero desvío la vista hacia tu cepillo, tus botes, la rana de peluche. En tu cuarto de destierro las sábanas revueltas, te has ido con prisa otra vez. Entro con sigilo, a sabiendas de que no estás, como a un santuario, un lugar prohibido para mí. Ayer revolví tus papeles, sospechaba cosas, no debí hacerlo; porque encontré esa nota. Hoy me viene la imagen del papelito amarillo, una punzada me atraviesa, es muy pronto para esto, salgo de nuevo sin hacer caso a la Lola, que no entiende nada. Has dejado el poso del café, frío ya, en el fondo del fregadero. Habrás cargado la bicicleta en el ascensor, como siempre, un poco torpe, un poco apresurada, y habrás salido como una bala al mundo; siempre con el aspecto de ir sobrada de fuerzas, escondidas las heridas con esa impecable sonrisa y el vestido verde. No creo que te vea hasta la noche, y muy posiblemente tampoco lo haga. Una ausencia palpable, un fantasma que se dedica a dejar su huella reciente por la casa, la mejor muestra de un ni contigo ni sin tí