domingo, 29 de marzo de 2009

luces

la hora del planeta es un acto discutible

discutible por su efectividad: apenas un 2% en la disminución de demanda de energía eléctrica

discutible como todos los días, horas y meses conmemorativos: uno tiende a pensar que al día siguiente ya no existen el cáncer de mama, la esclavitud infantil, o el calentamiento global

discutible porque, como casi siempre, a los seres de a pie se nos convoca sin preguntar, y mira que es fácil hacerlo ya, sólo hay que mandar un SMS con la palabra planeta al 5556 y 50.000 euros de luz gratis pueden ser tuyos


anoche estaba en Salamanca en esa hora del planeta
ya habían desfilado imágenes de Sidney, como en nochevieja, para mostrarnos cómo se apagaban sus monumentos. "Bueno- piensa uno- aunque sea de modo simbólico, bien está que lo hagamos visible, que la gente se entere"
Aún pensando en lo poco efectivo de la medida, hay que acabar pensando que es mejor que exista un toque, un gesto, algo para llamar la atención de tánto incrédulo con o sin bigote.

En Salamanca gobierna uno de los de la corriente bigote y excepticismo ante el cambio. Por eso ayer a las 20:30 horas me asomé para mirar la torre de la catedral, la de la Clerecía, y todas lucían hermosas. Sí: lucían, por supuesto.

Y fue sólo un segundo de pequeño cabreo que me podría haber ahorrado, porque efectivamente el gesto no iba a salvar al planeta, y porque de algún modo era previsible la actitud de esta ciudad.

Por eso quiero dejar escrito, ya que me tiráis de la lengua, que Salamanca tiene de capital de la cultura lo mismo que sus ganaderos montados en Mercedes, lo mismo que sus rentistas acostumbrados a vivir de alquileres a estudiantes, lo mismo que casi todas las capitales de esta región exponente de la cultura neolítica como ninguna.

Aquí los estudiantes vienen, estudian, hacen sus fiestas (benditos ellos, están en la edad), y se llevan lo mucho o lo poco aprehendido a lugares que les ofrecen el trabajo y el reconocimiento que merecen. Del enorme poso que podría quedarse, de la cantidad de gentes de mil y un lugares del planeta que pisan Salamanca, la ciudad no quiere nada, y sólo se revuelve agitada ante la devolucón de unos legajos a los que jamás hubiesen prestado atención si no hubiese sido porque se los devolvían a "los catalanes".
Para eso sí se echaron furibundos a la calle, enfervorecidos hasta los toros de la pegata del coche, ganaderos, neolíticos ellos, y hasta rebautizaron una calle como del "Expolio".

Salamanca, tierra de despedidas de soltero y panceta, ciudad arborífoba, curso de español para extranjeros, pisos de alquiler por habitaciones, y capital de la cultura que no se siente concernida frente al cambio climático , mientras no sean los catalanes quienes lo provoquen.

aquí el apagón se produjo hace mucho tiempo

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