lunes, 1 de septiembre de 2008

marsilea


Todavía hace un momento, leyendo sobre las especies de liebres que hay en la península, mi cabeza me ha traicionado durante un segundo, y he pensado que iba a preguntarte si tú cazas esa que llaman de piornal. Ya hace años que no estás, y a veces, ya ves, es como si nunca te hubieses marchado. Creo que nunca lo harás, en el fondo. A lo mejor a eso es a lo que llaman eternidad, pero sin ese toque tétrico de pensar que voy a pasar mil veces mil años mirando cómo nada sucede en algún lugar que no existe y sin poder levantarme al frigo de vez en cuando.
Estás ahí, siempre cerca, y especialmente tú; a lo mejor porque eras el más animista de todos, volviste a la tierra, y al sol y a las liebres, y por eso te siento ahí, cerquita, al alcance de la mano, sólo con saber buscarte. ¿Tú entiendes algo de todo esto? No, ya... tu forma de vivir no tenía nada que ver con ello. Siempre tenías los pies en la tierra, y la cabeza en las nubes. Y ambas cosas eran de verdad, y tienen un sentido.
Tengo que contarte que, entregado a las lecturas de esos fríos textos que son los boletines oficiales, encontré con que alguna mano en el Ministerio de Medio Ambiente había llevado hasta el Catálogo Nacional de Especies Amenazadas una especie de Marsilea de cuyo nombre no puedo acordarme. Sí, allí estaba, entre otros nombres extraños o sugerentes, el de esta marsilea. Fue hace no mucho, la verdad... este año, para ser exactos. Y allí estaba, para el que sabe leer entre líneas: “se incluyen en la categoría de En peligro de extinción”. Un par de plantas que no conocía, y esta otra, que casi no llama la atención entre nombres tan rimbombantes como Astragalus, o Lythrum.
Marsilea.
Bueno, el caso es que sí llamó mi atención, pero por otro motivo: al lado de cada nombre científico colocaban el otro, el que algunos ancianos recuerdan en los pueblos, pero que la mayoría de ellos también ha olvidado. Y hete aquí, que hoy me encuentro con que el trébol de cuatro hojas ha sido catalogado en peligro de extinción...
Normal, ¿no?; creo que era muy difícil encontrar uno, aunque el exnovio de una exnovia tenía en su pueblo un rinconcito controlado con estos pequeños prodigios. Él los llamaba marsileas, y así nadie sabía qué era lo que quería esconder en aquel cachico de prado de Boca de Huérgano.

No te he preguntado cómo estás. Imagino que a gusto, viene el otoño y sé que te gusta también, aunque tengas que adelantar un poco el paseo de la tarde. Ya andan quemando malas hierbas, despidiendo a nietos y demás chavalada, aprovechando los últimos días de playa. Como siempre que yo recuerdo. Saluda a Angelín si le ves echando cuito, o recogiendo manzanas. Bueno, y a todos; les guardo como en una postal, una fotografía cargada de olores y otras sensaciones, como el fresco del nordeste de las mañanas de estos días.
Ahora tengo que dejarte, pero abuelo, si te encuentras un trébol de cuatro hojas, no dejes de guardarlo para enseñármelo cuando nos veamos.