domingo, 16 de octubre de 2011

canguingos

Tiene uno la sensación de que va a volver en cualquier momento. De que nunca se ha ido de allí; ni de entonces.
Doblo una esquina, percibo un olor, o escucho una canción en la radio, y puedo trasladarme perfectamente a esos rincones del alma donde todo huele, y se ve, y suena, como hace años.
Un truco de la mente. Nada de eso existe, salvo en nosotros mismos. Y sin embargo por un instante es real y tangible.
Mi madre me llama a comer. Huele a pechuga de pollo, y noto un poco de frío en casa, ha abierto la ventana de la cocina mientras freía. La lámina adhesiva estampada se abre para dejar ver el patio, las cuerdas de tender, la vecina a pocos metros.
Las nubes pasan apresuradas en el cielo; no las veo, pero la cocina estalla en luminosidad y se apaga intermitentemente. Una sombra de fastidio cuando oscurece de repente.
Las sillas de eskay, con las pelusas pegadas a las patas. El sintasol, sonoro, colorido. El canto de goma de la mesa, el dibujo gastado del tablero.

Pechugas, patatas fritas, fresco, luz y sombra, el ruido del extractor.

“¿Qué hay de comer?”

Y siempre había canguingos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

ambiente de domingo...

Anónimo dijo...

"canguingos, y patas de pez" que dicen en mi casa