viernes, 2 de mayo de 2008

Algo que cobró sentido ayer

Al volver en las tardes de marzo para casa desde el instituto, compraba una raqueta con Laura. Ella tenía el chándal y las zapatillas de marca, y una raqueta de verdad, también de marca. Pero a mí me gustaba más la de mermelada y nata, y con Laura era más divertido eso que cualquier match. Claro, que eso lo sé ahora, que ya no quiero las Kelme Villacampa o las Adidas Ewing, ni por supuesto las Nike Air Jordan. En el cole habría preferido el jueguecito de los marcianos que se calcaban al doblar la hoja.
Las tardes de marzo olían a libertad y nacimiento, a partido callejero y anunciado verano, que casi se podía tocar. Si la noche era tibia, las ventanas del patio de luces vertían su olor a lenguadina y tortilla francesa, su luz de fluorescente y sus voces repetidas, mientras en las cuerdas una sábana iba convirtiéndose en sombra fantasmagórica a la hora del telediario de las nueve.

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